La autoestima

La autoestima puede definirse como el amor, la estima, que cada uno siente por sí mismo. Por cierto, es uno de los elementos de nuestra personalidad que más determinan nuestra conducta.

La autoestima se va forjando ya en la niñez a partir de lo que dicen de nosotros y a través del trato que recibimos, especialmente de nuestros padres, el espejo en el que nos miramos. 
Si nos alaban y tratan con cariño creceremos sintiéndonos capaces, seguros y dignos de amor. En cambio, si los mensajes que recibimos son negativos, si recibimos poca atención, nos sentiremos inferiores y poco merecedores de lo bueno.

En consecuencia, en el primer caso viviremos las relaciones con los demás como algo satisfactorio y tenderemos a rodearnos de personas que demuestren interés y afecto por nosotros. Habremos adquirido la seguridad suficiente para afrontar las dificultades con que nos vayamos encontrando en la madurez.

En cambio, en el segundo caso consideraremos al mundo como algo hostil ante lo que sentir temor y tenderemos a relacionarnos con aquellos que reproducen las conductas a las que estamos acostumbrados; personas que no nos tengan en cuenta y que confirmen la idea que nos hemos hecho de nosotros mismos: que no valemos lo suficiente.
¿Cuál es el nivel de autoestima adecuado?

El nivel de autoestima adecuado es el que nos conduce a sentirnos a gusto con nuestro cuerpo, a apreciar nuestras capacidades y destrezas, y a asumir nuestras carencias.

A mirar al pasado con orgullo por lo conseguido, y al futuro con confianza. 
A aprender de los fracasos, y no tener miedo de buscar soluciones si nos topamos con nuevos problemas. 
A ser capaces de otorgarnos la aprobación a nosotros mismos sin esperar constantemente el reconocimiento de los demás.
A dar sin esperar nada a cambio, a ser independientes. 
A asumir que sólo nosotros somos los responsables de nuestro propio bienestar. 
A llevar las riendas de nuestra vida.


Si por el contrario nuestro nivel de autoestima es bajo no veremos más que nuestros fracasos. Miraremos los fallos del pasado con arrepentimiento y culpa, y en ello malgastaremos toda nuestra energía, mientras que atribuiremos los éxitos a la suerte y no a nuestra propia capacidad. 
Ante los problemas permaneceremos inmóviles, quejándonos.
En nuestras relaciones con los demás, más que dar, lo que haremos será “invertir” porque siempre esperaremos algo a cambio: que nos presten atención. 
Compraremos el afecto ante la duda de que alguien nos lo pueda dar sin más.

Nos ataremos a un trabajo y a personas que no nos satisfacen, para no tener que cambiar. Miraremos hacia otro lado por miedo a quedarnos solos, pensando que tampoco nos merecemos nada mejor. 

Nos habremos convertido en personas dependientes, en víctimas, convencidos de tener una especie de imán para la mala suerte. Y lo peor de todo es que, una vez que nos hemos colgado el cartelito de "no valgo", probablemente los demás nos tratarán como si realmente fuera así y ni siquiera perderán el tiempo en averiguar si es o no cierto.


Un exceso de autoestima, por otra parte, nos convertirá en personas egocéntricas y vanidosas. Demasiado pendientes del éxito, y con una ambición desmedida, acabaremos alejándonos de los demás a los que consideramos inferiores.

El lenguaje corporal: las manos

Los gestos que hacemos con las manos reflejan muy bien nuestra actitud para con el interlocutor. Así, exhibir las palmas desde siempre se ha asociado con la verdad, la honestidad, la lealtad y la deferencia; con el no tener nada que ocultar.

Por otro lado, las palmas hacia arriba denotan sumisión, subordinación, súplica.

En una conversación, levantar una o ambas manos y mostrar las palmas en señal de “alto”, es levantar una barrera defensiva, expresar “por ahí sí que no paso”. Si además levantamos el dedo índice mostramos intransigencia y deseo de imponer nuestro punto de vista.


El apretón de manos.


Los gestos que realizamos con las manos al hablar o al saludar, son el vestigio que nos queda de nuestra época de cavernícolas: alzar las manos y enseñarlas  para demostrar que no se esconde ningún arma, que se acerca en son de paz.

Pero con el apretón de manos también podemos dejar clara una postura de sumisión o de dominancia si una de las manos queda por encima de la otra, en lugar de apretarse de perfil. Si alguien nos alarga su mano buscando el saludo, pero lo hace con las palmas hacia abajo, podemos estar seguros de que nos encontramos ante alguien dominante; si por el contrario la acerca con la palma hacia arriba, nos encontraremos ante alguien sumiso.

En general, ofrecer la mano para saludar es una buena manera de iniciar una conversación cordial, pero en algunos casos ofrecer la mano también puede ser contraproducente ya que estamos obligando a nuestro interlocutor a devolver un saludo a lo mejor en contra de su voluntad. Por ejemplo, si nos dirigimos a alguien que está trabajando y tiene las manos ocupadas en ese momento, o si nos acercamos a alguien a quien queremos ofrecer algo sin haber concertado cita previamente.


Apretones y apretones…


Existen muchas maneras de dar un apretón de manos:
  • El guante”, apretar con las dos manos la de nuestro interlocutor. Con este gesto pretendemos infundir confianza y transmitir honestidad, pero al bloquear la mano del otro, el efecto que se consigue es justo el contrario: despertar sospechas. Por eso a este tipo de saludo se le llama el “apretón de manos del político”.
  • La trituradora”: apretar demasiado es síntoma de rudeza, de agresividad; más evidente todavía si además el brazo se mantiene rígido y estirado.
  • El pescado”: abandonar la mano ante la muestra de saludo, dejándola floja. Manifiesta desinterés o cobardía, y da una pobre imagen de nosotros.
Quedarse en un simple apretón de puntas de manos indica timidez. 
En cambio, si quien nos saluda, además de apretarnos la mano nos agarra con la otra la muñeca, el antebrazo o incluso sube hasta el hombro, entonces nos estará mostrando un extra de afectuosidad tanto mayor cuanto mayor es la distancia recorrida. 
Pero cuidado, porque si quien recorre esta distancia es alguien a quien no conocemos mucho (volvemos al saludo del político) entonces debemos desconfiar de los motivos de tanto “afecto”.

También hemos de fijarnos en la postura del resto del cuerpo. 
La distancia haya entre los interlocutores nos indicará la confianza y el grado de cordialidad entre ambos. 
Si esquivan la mirada es que existe tensión entre ellos.
Si además se aprecia algún giro del tronco o de los piesen en sentido contrario, deberemos entender que la reunión es obligada y que desean acabar cuanto antes.

Otros gestos con las manos.

Frotarse las manos es un gesto que dice muy poco a favor de un vendedor porque, además de delatar impaciencia, revela claramente que espera beneficiarse de la transacción.

Entrelazar las manos denota negatividad. El trato con una persona que se mantiene con las manos entrelazadas, será tanto más difícil cuanto más altas estén: delante del cuerpo, apoyadas sobre la mesa o bajas con los brazos alineados con el cuerpo.
Las manos en ojiva denotan seguridad, actitud de “saberlo todo”  si bien colocadas con las puntas de los dedos hacia abajo pueden indicar escucha atenta y reflexión.

Usar las manos como apoyo para la cabeza puede indicar aburrimiento; ansiedad si además nos mordisqueamos algún dedo; interés si el dedo índice se eleva mientras el resto de los dedos permanecen cerrados, o desaprobación si además con ellos ocultamos la boca.

La asertividad

¿Alguna vez te has sentido culpable al decir “no”? 
¿Dices cosas que no sientes para quedar bien? 
¿Te preocupas más de complacer a los demás que a ti mismo?


Si alguna vez te has sentido así, entonces quizá no seas una persona asertiva.

La asertividad es la conciencia de los propios derechos. Y cuidado porque no hablamos de ser agresivo o prepotente, sino de hacerlos valer con educación, de saber negociar.


La asertividad es esencial para sentirnos a gusto con nosotros mismos, para querernos:
  • Porque implica autoafirmación y respeto, tanto por los demás como por nosotros mismos. 
  • Porque implica asegurar con firmeza y decisión cuanto decimos y hacemos, aceptándonos tal cual somos. 
  • Porque implica autoestima: no podemos hacernos respetar si nosotros mismos no nos creemos merecedores de respeto.

Cuando somos capaces de hablar y de discrepar sin miedo al rechazo, cuando somos capaces de decir no a las exigencias de los otros y obramos sin sumisión. Cuando aceptamos nuestras propias equivocaciones y las comprendemos de la misma manera que las aceptamos en los demás, entonces estamos siendo asertivos.

No se trata de sentirnos superiores, sino de conocernos y valorarnos en la justa medida; de forma racional, realista y positiva. Se trata de ser capaces de expresar tanto sentimientos positivos como la gratitud o la admiración, como sentimientos negativos como la insatisfacción o la decepción.


¿Qué provoca que no seamos asertivos?
  • La timidez: tener un miedo excesivo a hacer el ridículo.
  • La falta de autoestima: no confiar en nuestra propia valía; pensar que hemos de complacer siempre a los otros para conseguir que nos aprecien
  • Pocas habilidades de comunicación: no ser capaces de expresarnos adecuadamente, o no saber entender lo que nos dicen. Dejarnos llevar por los prejuicios, no ser capaces de discutir sin pelear.
  • La sobreprotección: no haber aprendido a hacer las cosas por nosotros mismos. El miedo a quedarnos solos, que nos convierte en personas dependientes y manipulables.
¿Cómo aumentar nuestra asertividad?
Básicamente reforzando nuestra autoestima.
Eliminando todos esos pensamientos automáticos que nos inducen a creer que valemos menos que los demás, que nos hacen creer que los demás no nos van a querer si no les complacemos en todo. 
Venciendo la timidez, el miedo al ridículo. 
Liberándonos de esos complejos de culpa que tan a menudo nos inculcaron en la infancia y que no nos dejan reclamar lo que nos merecemos. 
Olvidándonos de eso de que "hay que dar la otra mejilla" o  "no hay mejor desprecio que no dar aprecio"...  

Porque no es cuestión de ir por la vida buscando pelea, ni de ceder a la provocación, sino haciéndonos valer, procurándonos respeto.

El lenguaje corporal: el territorio y su defensa

Si cada especie animal delimita y defiende su territorio, el ser humano no iba a ser menos.

Un país es un territorio claramente definido dentro del cual se delimitan otros territorios más pequeños: regiones, ciudades, barrios… y en ellos vivimos las personas compartiendo así un espacio común pero  marcando una especie de frontera personal, una pequeña extensión del propio cuerpo: el llamado “espacio vital”.

Dentro de cada cultura este espacio vital varía, y lo mismo ocurre con el medio urbano y el medio rural. Así, en culturas como la japonesa, por ejemplo, se prefiere la proximidad, dada la densidad de población a que están habituados. En las ciudades este espacio vital también es menor que en las zonas rurales por el mismo motivo.

Distancias zonales.

En torno a nuestro cuerpo, podemos llegar a definir hasta cuatro zonas diferentes:

  •  Zona íntima, de unos 15 o 45 centímetros, cuya entrada sólo permitimos a aquellos que están emocionalmente unidos a nosotros.
  •  Zona personal, hasta 1 metro, que es la que nos separa de nuestros compañeros de trabajo o amigos en la oficina, reuniones sociales, fiestas…
  • Zona social, hasta 3’5 metros, que es la que nos separa de los extraños, de la gente a la que no conocemos.
  • Zona pública, la distancia para dirigirnos a un grupo de personas.

Cuando alguien invade nuestro espacio vital…


Nuestro cuerpo puede interpretar dos tipos de avance: el hostil, o el sexual. En consecuencia, experimentaremos cambios fisiológicos como aumento de la tasa cardíaca, descarga de adrenalina, tensión muscular…

Si ese acercamiento no nos desagrada, bien porque estamos dispuestos a plantar cara a quien nos hostiga o bien porque nos atrae la otra persona, entonces mantendremos nuestra postura. En caso contrario, inconscientemente retrocederemos hasta recuperar la distancia.

Que nos abrace un desconocido, aunque sea con buenas intenciones, normalmente nos hace sentir incómodos porque implica una invasión de nuestra zona personal. Algo parecido ocurre cuando viajamos compartir ascensor o viajamos en un medio de transporte público: nos sentimos violentos, amenazados.

Los brazos como barrera…


En efecto, como ya hemos mencionado, cruzarse de brazos supone levantar una barrera frente a los otros. Una barrera que levantamos porque nos sentimos amenazados, porque no estamos de acuerdo con lo que estamos escuchando, o incluso porque nos aburrimos.
Si además de los brazos cruzados, cruzamos las piernas, apretamos los puños o nos agarramos de los antebrazos, entonces reforzamos esa barrera.

En otras ocasiones, dejaremos un brazo caído que agarraremos con la otra mano estableciendo una barrera parcial con la que pretendemos ocultar que nos sentimos amenazados pero sin exponernos del todo.


En el caso de las mujeres, agarrar el bolso con las dos manos o agarrar un ramo de flores, también delata el nerviosismo que podemos sentir al someternos a las miradas ajenas, al adentrarnos en un territorio que no es el nuestro. Nos otorga un cierto tipo de protección, además de ayudarnos a mantener las manos ocupadas.


Camila Parker-Bowles.
No queda claro si su actitud es de defensa o de ataque:
por detrás de ese bolso en cualquier momento  podría asomar el cañón de un arma...
 
Diana de Gales.
La soltura y naturalidad con que lleva el bolso nos dice que no necesita
defenderse, y ese es su mejor ataque


Las piernas también nos defienden…


El cruce de piernas también revela una actitud defensiva.

Cuando dos personas dialogan tras conocerse, es fácil verlos a ambos de brazos cruzados y piernas cruzadas. A medida que la conversación avanza y se van conociendo, esos nudos se van soltando mostrando mayor distensión en la charla.

Por otra parte, si mantenemos las piernas separadas pero cruzamos los tobillos, entonces revelaremos que, de alguna manera, nos estamos “mordiendo la lengua”.

Liderar y motivar

Si motivar es mover a un individuo o a un grupo a que realice una tarea y lo haga de manera que consiga los mejores resultados, entonces podemos decir también que es uno de los mayores desafíos ante los que se encuentran directivos y educadores.

¿Lo consiguen? ¿Saben ser líderes?


Para empezar aclaremos el significado de la palabra líder”, porque podemos pensar que el líder es simplemente el primero, el que alcanza la meta.

La realidad es que el líder es el que va delante del pelotón, sí, pero guiando y tirando del resto del equipo aunque no siempre acabe la carrera en primer lugar. 

El líder es la cabeza visible del equipo y quien ha de motivar a su gente para desarrollar al máximo su potencial.
Pero existen distintas maneras de ser líder y no siempre en todas existe motivación. 


Motivar es el difícil arte de ganarnos el respeto y a la vez la confianza de aquellos con los que nos une una relación de poder, y es precisamente en el concepto de poder donde radica el “quiz” de la cuestión, donde muchos confunden su misión como jefes, como profesores o como padres.

A menudo pensamos que como tales ostentamos el poder absoluto. Como directivos nos encargamos de de planificar y organizar el trabajo, centrados en la consecución de los objetivos marcados. No nos cuestionamos las directrices que nos marca la organización para la que trabajamos, de la misma manera que no admitimos que se cuestionen las nuestras, e imponemos  nuestros puntos de vista.

Como educadores también solemos actuar igual, imponiendo unas normas para mantener la disciplina. Y sí, es cierto: podemos llegar a pensar que este estilo de liderazgo funciona. 

Puede funcionar con los empleados de una empresa por el miedo de estos a perder su trabajo o con los hijos mientras son pequeños, pero a la larga, con este ejercicio inadecuado del poder lo único que se consigue es deteriorar las relaciones con los otros. Así, en el mundo laboral, el descontento y la apatía harán mella en el rendimiento de lo que tiene que ser un equipo de trabajo, y por su parte,  los niños crecerán y se convertirán en jóvenes desmotivados, rebeldes y resentidos.


Existe otra opción: ser líderes participativos.

¿Qué significa esto? 

Pues significa permitir que nuestros empleados, nuestros hijos, nuestros alumnos, participen en la toma de decisiones. Hacer que se involucren. Transmitirles entusiasmo, fomentar su creatividad. Premiar la iniciativa.

No tener miedo a perder la autoridad, a perder nuestra cuota de poder. 
No debemos pensar que seremos eclipsados porque parte los logros serán mérito del equipo, de la familia, del conjunto de la clase.

Y es que ostentar el poder no es lo mismo que decir “yo ordeno y mando”.

Quien ostenta el poder debe conseguir que los demás hagan las cosas por su propia voluntad, convencidos de que han de hacerlas así porque de ello dependen los logros de todos. 
Asumiendo como propias las aspiraciones de toda la organización, y disfrutando en común de los éxitos. Eso es motivar.

Motivar implica tener afán de superación e inculcarlo a los otros. 
Molestarnos en conocer a quienes nos rodean, conocer sus capacidades y animarles a desarrollarlas.
Motivar es ilusionar, y esto no se logra sin dedicación y compromiso ni, desde luego, sin humildad e inteligencia.

Porque mandar sabe hacerlo cualquiera, pero motivar no.

Porque motivar no es vencer, sino convencer.

El lenguaje corporal: lo que decimos cuando no decimos nada

Hablábamos en el artículo anterior de lo fundamental de saber escuchar para comunicarnos correctamente con los otros, y mencionábamos la importancia de saber interpretar el lenguaje no verbal: los gestos.

Cuando decimos de alguien que es muy intuitivo, en realidad a lo que nos estamos refiriendo es a su capacidad para percibir las claves no verbales de otra persona y compararlas con lo que dice verbalmente.

Por lo general, las mujeres son más perceptivas que los hombres, de ahí la llamada intuición femenina
. Y es que, efectivamente, parece que las mujeres - nuestras esposas, nuestras madres - tienen una habilidad innata para saber cuándo les estamos mintiendo u ocultando algo, cuando estamos sufriendo, cuando estamos preocupados... eso sin olvidar el modo en que una madre se comunica, se entiende con su hijo ya desde que nace.

Según las teorías darwinistas, el origen de esta especial capacidad de la mujer está precisamente en su rol de cuidadora. Darwin demostró que existe un repertorio de expresiones no verbales en la especie humana que son universales, es decir, que todo ser humano emite y puede comprender con independencia del país o cultura de la que proceda y de la educación que reciba. Expresiones algunas que también podemos observar y comprender en otras especies animales, y que desde el origen de los tiempos nos han servido para adaptarnos al medio que nos rodea y luchar por nuestra supervivencia como especie.



Algunos de estos gestos básicos de comunicación son, por ejemplo:


  • La sonrisa, cuando estamos contentos o satisfechos.
  • Inclinar la cabeza hacia adelante cuando queremos decir “sí”. Moverla de un lado a otro cuando queremos decir “no”; de hecho, parece que este gesto lo aprendemos en la infancia: cuando un bebé no quiere comer, aparta la cabeza para rechazar el pecho de la madre o para impedir que se le ponga la cuchara en la boca. A partir de ese momento,  reproduciremos este gesto cada vez que queramos negarnos a hacer algo.
  • Enseñar los dientes para expresar desdén u hostilidad.
  • Encogernos de hombros cuando no entendemos.
  • Cruzarnos de brazos cuando estamos a la defensiva.

Está demostrado también que las señales no verbales nos dicen más acerca de nuestro interlocutor, que las orales. De alguna manera, de forma innata y también de forma aprendida, asumimos que los gestos aportan información más fiable; que los gestos no mienten, que revelan nuestras emociones más íntimas.

Y es que los gestos son involuntarios, nos delatan. Se puede aprender a controlar las expresiones, podemos ser más o menos buenos actores, pero es muy difícil controlar la tensión de los músculos o aquellos pequeños gestos que delatan nerviosismo, temor o antipatía.

Así, por ejemplo, es muy frecuente tocarse la nariz o la barbilla cuando se miente.
¿Por qué ocurre esto? Pues porque al mentir, nuestro cerebro inicialmente ordena a la mano que bloquee la salida de las palabras que contradicen al pensamiento (a la verdad) pero posteriormente da la orden de desbloqueo, de apartar la mano. Como para entonces ya la mano está en movimiento, entonces se emite ese otro gesto sustitutorio. 
El mismo significado tendría, por ejemplo, tirar del cuello de la camisa consecuencia de la sensación de sentirnos en un aprieto o con la soga al cuello.

 ----------------------------------------Os propongo un juego----------------------------------------
Fijaos en nuestros políticos la próxima vez que pongáis las noticias en la tele y cuando no puedan decirnos ninguna verdad que nos haga sonreír, al menos sonreiréis al comprobar que esto es cierto.
También es verdad, por cierto, que algunos son más hábiles que otros y consiguen hacernos creer lo que nos dicen. Paradójicamente, de ellos solemos decir que son “buenos comunicadores”. 
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En posteriores artículos trataremos de analizar e ilustrar más al detalle este vocabulario no verbal, lo que nos ayudará, de paso,  a ser más empáticos y mejorar nuestras habilidades sociales. Comenzamos con…



El poder de la sonrisa.

De entre todos los gestos que emitimos a diario, podemos decir que la sonrisa es nuestra mejor tarjeta de presentación.

Una sonrisa puede transmitir, por supuesto, alegría, pero también complicidad, picardía, sensualidad. También puede transmitir emociones negativas como falsedad o malicia, pero una sonrisa amplia y relajada siempre transmitirá cordialidad y cercanía.

Si la belleza por sí sola no atrae simpatías, e incluso a menudo puede resultar abrumadora, podemos afirmar que es mucho mayor el poder de una sonrisa porque resulta tranquilizadora y nos hace más accesibles.

Porque mientras sonreímos nos olvidamos de nuestros complejos para decir  que estamos cómodos con nuestro cuerpo; que nos conocemos… y que nos queremos.

Y si no, fijaos en esta selección de las mejores sonrisas:

Edward Norton: ¿qué nos quiere decir con esa sonrisa? 
Eva Mendes: no es perfecta, sólo natural
Julia Roberts: la sonrisa de América, sin complejos
Andrés Velencoso: en su caso, corrijo lo de que la belleza por sí sola no atrae simpatías…
Daniel Day Lewis: una sonrisa que derrite

Saber escuchar, saber conversar.

Tendemos a pensar que “saber hablar” es una gran cualidad pero ¿y “saber escuchar”? ¿Por qué no practicamos más el arte de escuchar y callar?

En el capítulo anterior decíamos que saber escuchar es una de las claves para ser más empáticos. Resultará paradójico, pero cuando callamos para prestar atención a los otros, en realidad lo que conseguimos es mejorar nuestra capacidad de comunicación: saber escuchar es también la clave para conversar.

Y es que si la comunicación implica la participación activa de dos agentes, el emisor del mensaje y el receptor, a menudo parece que en lugar de dialogar estemos haciendo un monólogo.

 Nos quejamos de que nuestros hijos o nuestras parejas no nos escuchan, cuando el problema radica precisamente en que hablamos sólo nosotros, no dejamos que el otro se explique. Queremos imponer nuestro punto de vista sin siquiera tratar de entender el de los otros.

Escuchar no es una tarea pasiva, no es sólo oír. Debes liberarte de las ideas preconcebidas, olvidarte de lo que crees que el otro te va a decir; demostrar que te interesa escuchar porque si el otro se siente desatendido entonces cortará el diálogo. Date cuenta además, de que si no prestas atención eres tú mismo el que se autoexcluye de la conversación; que quien habla dejará de dirigirse a ti y a nadie interesará tu opinión.


La escucha empática.

Cuando alguien habla, podemos escucharle desde distintos niveles de atención y participación:
  • Simplemente oyendo, ignorando al otro; haciendo caso omiso a lo que nos dice
  • Fingiendo atención
  • De forma selectiva, atendiendo sólo a lo que nos interesa
  • De forma activa, intelectual; escuchando, atendiendo y comprendiendo lo que nos dicen
  • De forma activa pero además poniéndonos en la piel del otro. Esta es la llamada “escucha empática”: la que implica comprensión intelectual pero también comprensión emocional.



Pero, ¿cuáles son las claves para escuchar de forma empática?

Lo más importante para escuchar de forma empática es acercarnos a los demás, que se note que tenemos voluntad de comprender al otro. Para ello:

  •       Intenta hablar menos: no te conviertas en otro “monologuista”
  •       Sintoniza con el otro: adopta su mismo tono de voz, una postura similar, usa sus mismas palabras
  •       Evita interrumpir: déjale que se explique, que termine de hablar; no des por hecho que ya sabes lo que te va a decir
  •       Despójate de los prejuicios que puedas tener sobre esa persona, de lo que te han contado sobre ella, de lo que crees que él espera de ti. Si se trata de alguien con quien convives desde hace tiempo, procura que el roce diario no sea un lastre: trata de que cada conversación sea como partir de cero.


Piensa que la comunicación es algo que el ser humano anhela desde que existe. 
Como individuos nos comunicamos desde que nacemos a través del llanto. Como especie, antes de adquirir la habilidad del habla nos comunicábamos con gestos o simples sonidos.
Y es más... cuando viajamos al extranjero y desconocemos el idioma ¿cómo nos hacemos entender? Y ¿cómo nos entendemos con nuestras mascotas?

De manera que presta atención al lenguaje corporal.
No pongas simplemente la oreja, fíjate también en los gestos. 
Porque los gestos tienen un significado secreto que, más adelante, te ayudaremos adescifrar.