La autoestima

La autoestima puede definirse como el amor, la estima, que cada uno siente por sí mismo. Por cierto, es uno de los elementos de nuestra personalidad que más determinan nuestra conducta.

La autoestima se va forjando ya en la niñez a partir de lo que dicen de nosotros y a través del trato que recibimos, especialmente de nuestros padres, el espejo en el que nos miramos. 
Si nos alaban y tratan con cariño creceremos sintiéndonos capaces, seguros y dignos de amor. En cambio, si los mensajes que recibimos son negativos, si recibimos poca atención, nos sentiremos inferiores y poco merecedores de lo bueno.

En consecuencia, en el primer caso viviremos las relaciones con los demás como algo satisfactorio y tenderemos a rodearnos de personas que demuestren interés y afecto por nosotros. Habremos adquirido la seguridad suficiente para afrontar las dificultades con que nos vayamos encontrando en la madurez.

En cambio, en el segundo caso consideraremos al mundo como algo hostil ante lo que sentir temor y tenderemos a relacionarnos con aquellos que reproducen las conductas a las que estamos acostumbrados; personas que no nos tengan en cuenta y que confirmen la idea que nos hemos hecho de nosotros mismos: que no valemos lo suficiente.
¿Cuál es el nivel de autoestima adecuado?

El nivel de autoestima adecuado es el que nos conduce a sentirnos a gusto con nuestro cuerpo, a apreciar nuestras capacidades y destrezas, y a asumir nuestras carencias.

A mirar al pasado con orgullo por lo conseguido, y al futuro con confianza. 
A aprender de los fracasos, y no tener miedo de buscar soluciones si nos topamos con nuevos problemas. 
A ser capaces de otorgarnos la aprobación a nosotros mismos sin esperar constantemente el reconocimiento de los demás.
A dar sin esperar nada a cambio, a ser independientes. 
A asumir que sólo nosotros somos los responsables de nuestro propio bienestar. 
A llevar las riendas de nuestra vida.


Si por el contrario nuestro nivel de autoestima es bajo no veremos más que nuestros fracasos. Miraremos los fallos del pasado con arrepentimiento y culpa, y en ello malgastaremos toda nuestra energía, mientras que atribuiremos los éxitos a la suerte y no a nuestra propia capacidad. 
Ante los problemas permaneceremos inmóviles, quejándonos.
En nuestras relaciones con los demás, más que dar, lo que haremos será “invertir” porque siempre esperaremos algo a cambio: que nos presten atención. 
Compraremos el afecto ante la duda de que alguien nos lo pueda dar sin más.

Nos ataremos a un trabajo y a personas que no nos satisfacen, para no tener que cambiar. Miraremos hacia otro lado por miedo a quedarnos solos, pensando que tampoco nos merecemos nada mejor. 

Nos habremos convertido en personas dependientes, en víctimas, convencidos de tener una especie de imán para la mala suerte. Y lo peor de todo es que, una vez que nos hemos colgado el cartelito de "no valgo", probablemente los demás nos tratarán como si realmente fuera así y ni siquiera perderán el tiempo en averiguar si es o no cierto.


Un exceso de autoestima, por otra parte, nos convertirá en personas egocéntricas y vanidosas. Demasiado pendientes del éxito, y con una ambición desmedida, acabaremos alejándonos de los demás a los que consideramos inferiores.

El lenguaje corporal: las manos

Los gestos que hacemos con las manos reflejan muy bien nuestra actitud para con el interlocutor. Así, exhibir las palmas desde siempre se ha asociado con la verdad, la honestidad, la lealtad y la deferencia; con el no tener nada que ocultar.

Por otro lado, las palmas hacia arriba denotan sumisión, subordinación, súplica.

En una conversación, levantar una o ambas manos y mostrar las palmas en señal de “alto”, es levantar una barrera defensiva, expresar “por ahí sí que no paso”. Si además levantamos el dedo índice mostramos intransigencia y deseo de imponer nuestro punto de vista.


El apretón de manos.


Los gestos que realizamos con las manos al hablar o al saludar, son el vestigio que nos queda de nuestra época de cavernícolas: alzar las manos y enseñarlas  para demostrar que no se esconde ningún arma, que se acerca en son de paz.

Pero con el apretón de manos también podemos dejar clara una postura de sumisión o de dominancia si una de las manos queda por encima de la otra, en lugar de apretarse de perfil. Si alguien nos alarga su mano buscando el saludo, pero lo hace con las palmas hacia abajo, podemos estar seguros de que nos encontramos ante alguien dominante; si por el contrario la acerca con la palma hacia arriba, nos encontraremos ante alguien sumiso.

En general, ofrecer la mano para saludar es una buena manera de iniciar una conversación cordial, pero en algunos casos ofrecer la mano también puede ser contraproducente ya que estamos obligando a nuestro interlocutor a devolver un saludo a lo mejor en contra de su voluntad. Por ejemplo, si nos dirigimos a alguien que está trabajando y tiene las manos ocupadas en ese momento, o si nos acercamos a alguien a quien queremos ofrecer algo sin haber concertado cita previamente.


Apretones y apretones…


Existen muchas maneras de dar un apretón de manos:
  • El guante”, apretar con las dos manos la de nuestro interlocutor. Con este gesto pretendemos infundir confianza y transmitir honestidad, pero al bloquear la mano del otro, el efecto que se consigue es justo el contrario: despertar sospechas. Por eso a este tipo de saludo se le llama el “apretón de manos del político”.
  • La trituradora”: apretar demasiado es síntoma de rudeza, de agresividad; más evidente todavía si además el brazo se mantiene rígido y estirado.
  • El pescado”: abandonar la mano ante la muestra de saludo, dejándola floja. Manifiesta desinterés o cobardía, y da una pobre imagen de nosotros.
Quedarse en un simple apretón de puntas de manos indica timidez. 
En cambio, si quien nos saluda, además de apretarnos la mano nos agarra con la otra la muñeca, el antebrazo o incluso sube hasta el hombro, entonces nos estará mostrando un extra de afectuosidad tanto mayor cuanto mayor es la distancia recorrida. 
Pero cuidado, porque si quien recorre esta distancia es alguien a quien no conocemos mucho (volvemos al saludo del político) entonces debemos desconfiar de los motivos de tanto “afecto”.

También hemos de fijarnos en la postura del resto del cuerpo. 
La distancia haya entre los interlocutores nos indicará la confianza y el grado de cordialidad entre ambos. 
Si esquivan la mirada es que existe tensión entre ellos.
Si además se aprecia algún giro del tronco o de los piesen en sentido contrario, deberemos entender que la reunión es obligada y que desean acabar cuanto antes.

Otros gestos con las manos.

Frotarse las manos es un gesto que dice muy poco a favor de un vendedor porque, además de delatar impaciencia, revela claramente que espera beneficiarse de la transacción.

Entrelazar las manos denota negatividad. El trato con una persona que se mantiene con las manos entrelazadas, será tanto más difícil cuanto más altas estén: delante del cuerpo, apoyadas sobre la mesa o bajas con los brazos alineados con el cuerpo.
Las manos en ojiva denotan seguridad, actitud de “saberlo todo”  si bien colocadas con las puntas de los dedos hacia abajo pueden indicar escucha atenta y reflexión.

Usar las manos como apoyo para la cabeza puede indicar aburrimiento; ansiedad si además nos mordisqueamos algún dedo; interés si el dedo índice se eleva mientras el resto de los dedos permanecen cerrados, o desaprobación si además con ellos ocultamos la boca.

La asertividad

¿Alguna vez te has sentido culpable al decir “no”? 
¿Dices cosas que no sientes para quedar bien? 
¿Te preocupas más de complacer a los demás que a ti mismo?


Si alguna vez te has sentido así, entonces quizá no seas una persona asertiva.

La asertividad es la conciencia de los propios derechos. Y cuidado porque no hablamos de ser agresivo o prepotente, sino de hacerlos valer con educación, de saber negociar.


La asertividad es esencial para sentirnos a gusto con nosotros mismos, para querernos:
  • Porque implica autoafirmación y respeto, tanto por los demás como por nosotros mismos. 
  • Porque implica asegurar con firmeza y decisión cuanto decimos y hacemos, aceptándonos tal cual somos. 
  • Porque implica autoestima: no podemos hacernos respetar si nosotros mismos no nos creemos merecedores de respeto.

Cuando somos capaces de hablar y de discrepar sin miedo al rechazo, cuando somos capaces de decir no a las exigencias de los otros y obramos sin sumisión. Cuando aceptamos nuestras propias equivocaciones y las comprendemos de la misma manera que las aceptamos en los demás, entonces estamos siendo asertivos.

No se trata de sentirnos superiores, sino de conocernos y valorarnos en la justa medida; de forma racional, realista y positiva. Se trata de ser capaces de expresar tanto sentimientos positivos como la gratitud o la admiración, como sentimientos negativos como la insatisfacción o la decepción.


¿Qué provoca que no seamos asertivos?
  • La timidez: tener un miedo excesivo a hacer el ridículo.
  • La falta de autoestima: no confiar en nuestra propia valía; pensar que hemos de complacer siempre a los otros para conseguir que nos aprecien
  • Pocas habilidades de comunicación: no ser capaces de expresarnos adecuadamente, o no saber entender lo que nos dicen. Dejarnos llevar por los prejuicios, no ser capaces de discutir sin pelear.
  • La sobreprotección: no haber aprendido a hacer las cosas por nosotros mismos. El miedo a quedarnos solos, que nos convierte en personas dependientes y manipulables.
¿Cómo aumentar nuestra asertividad?
Básicamente reforzando nuestra autoestima.
Eliminando todos esos pensamientos automáticos que nos inducen a creer que valemos menos que los demás, que nos hacen creer que los demás no nos van a querer si no les complacemos en todo. 
Venciendo la timidez, el miedo al ridículo. 
Liberándonos de esos complejos de culpa que tan a menudo nos inculcaron en la infancia y que no nos dejan reclamar lo que nos merecemos. 
Olvidándonos de eso de que "hay que dar la otra mejilla" o  "no hay mejor desprecio que no dar aprecio"...  

Porque no es cuestión de ir por la vida buscando pelea, ni de ceder a la provocación, sino haciéndonos valer, procurándonos respeto.